martes, 4 de agosto de 2015

Campamento Urbano '15. Parte II, "Una mañana normal"

Lo que voy a hacer en esta entrada es explicaros un poquito cómo era una mañana normal (desde mi perspectiva, claro) en el campamento. Comencemos pues.

Un sonido estridente me despierta. La alarma. La puta alarma. La noche anterior me costó conciliar el sueño, y son las nueve. Corro a ducharme, para no llegar tarde. Cuando termino, meto las cosas en la mochila y salgo de casa, justo a tiempo para llevarme una ostia de sol considerable. Y es que el calor que hizo esas dos semanas no fue normal.

Cuando llego al colegio, media hora antes de que abran las puertas para los niños, ¿qué me encuentro? efectivamente, niños. Yo no sé por qué decimos que vengan a las diez, si vienen antes. Y tampoco sé qué coño hacen que les dejan pasar. Luego que si les quitamos la ilusión, pero es que nos ven hasta disfrazarnos. Da igual, sigamos:

Intento vestirme de Javier (el niño de siete años protagonista del teatrito) mientras cierro la escena de ese día con mi compi de ese día (que se encuentra pintándose la cara de estrella), y mientras trato de escuchar por qué canción van en el círculo. Porque mientras yo hago todo eso, el resto se encuentra en un círculo con los niños cantando canciones de campamento. Y sí, lo habéis adivinado, mola mil. A continuación de eso llega la parte más difícil: taparme la perilla. Seguro que a estas alturas os estáis preguntando cómo lo conseguí. Y cómo se puede disfrazar una persona de estrella sin que quede rarísimo. Tenéis suerte, existen fotos.



Aquí tenéis, Javier y la Estrella de la Sabiduría. Dábamos un poquito la pena, pero los niños se divertían. Observad la cara de paz y meditación de aquí mi colega Jorge. Y observad también la cutrada que hice para taparme la perilla. Los niños el primer día se preocuparon, no entendían por qué Javier tenía una brecha en la barbilla.

En cuanto acaban los diez minutos (que nunca son diez) de escenita para los chavales, empiezan los talleres. Y me encuentro con la necesidad de estar en dos sitios a la vez, así que debo vestirme de persona otra vez y correr hacia la clase, en la que antes del taller de Ritmo, viene una asamblea con los niños en la que se discute el tema principal del teatrito, y se hacen compromisos para ser una persona mejor, que tengan que ver con ese mismo tema principal.

Si pensabais que esa parte es fácil... pensadlo otra vez. A mi grupo nos toca el grupo de chavales de 12 a 15 años, esto es, preadolescentes y adolescentes hormonados hasta las trancas que tienen que ser los más guays del patio, o de allá donde se encuentren. Que si uno no se quiere quitar los cascos, que si otro no quiere participar porque le da pereza, que si a otro le da vergüenza abrirse al grupo, que si otro no se entera, que si dos se ponen a hablar de sus movidas en un tono alto... Y claro, combinas eso con la poca paciencia que tengo yo, y vamos apañaos. Aun así, es un momento del día muy bonito.

Gracias a mis compañeros monitores conseguimos pasar la asamblea y empezar con el taller. Me dan la palabra, organizo a los chavales en la clase, como hacemos todos los días, y les doy instrumentos de percusión. Instrumentos de percusión tan dispares como unas claves, un montón de shakers, mis propias baquetas para que las entrechoquen o unos cubos de basura dados la vuelta. Al acabar el campamento, el colegio tuvo un déficit de cubos de basura importante.

Una vez están los chavales colocados, les enseño una batucada que uno de mis grupos favoritos hizo en un concierto en Alemania (y colgó el vídeo en Youtube, que si no estás que me acuerdo). La verdad es que los chavales son unos putos máquinas. En futuras entradas subiré el vídeo de cómo quedó, para que flipéis un poquito.

A continuación, les toca a mis compañeros hacer sus movidas, más musicales que dar golpes a cosas. Movidas como enseñar canciones en africano a los chavales, que aprenden más rápido que yo, o montar un canon con niños de cualquier edad (y no sólo eso, sino conseguir que quede bien). La verdad es que como futuro profesor de música de primaria, me sirvió para tener una primera toma de contacto con esto de llevar una clase de música y no desesperar en el intento.

Pasado el grupo de los mayores, nos toca recibir a los más pequeñitos (6-8 años), y después, a los medianos (9-12). No hay mucho que más que contar de eso, hacemos casi las mismas cosas con todos, que con el poco tiempo de preparación que tenemos generalmente, bastante es conseguir llenar una hora.

Al fin llega la una de la tarde, y es hora de despedir a los chavales. Les acompañamos a la puerta, procuramos que no se metan en ninguna furgoneta con el letrero "Regalo caramelos" pintado con spray, y nos recogemos para dentro. Y recogemos los talleres, otra de las partes aburridas del día. Y yo me quejo, que lo mío solo es mover sillas, pero alguna vez he ido a ayudar a los de manualidades y no entiendo cómo no terminaron suicidándose. Acabamos de recoger, hablamos de cómo se ha dado el día, preparamos las canciones del día siguiente, y a comer.





Continuará.







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